lunes, 26 de enero de 2009

Helenismo

HELENISMO
El legado de Alejandro Magno.
Tras la muerte de Alejandro Magno se genero un vacio, debido a la ausencia de un líder indiscutible, en el que pronto se abrieron fisuras, que sembraron la discordia y las ambiciones contrapuestas entre sus compañeros y generales. La sucesión pareció garantizada por el nacimiento de su hijo varón, Alejandro IV, de su unión con Roxana, acordándose entonces la regencia de Arrideo, el hermanastro de Alejandro. Sin embargo, la rivalidad entre los denominados Diádocos se agudizo, al dividirse entre ellos los poderes y las áreas de control, surgiendo los enfrentamientos armados alentados por las ambiciones personales y perdiendo la idea de la unión del imperio y con la legítima sucesión del heredero, Alejandro IV, asesinado en 310 a.C. junto a su madre por orden del regente Casandro.
A pesar de todo, los vastos territorios conquistados por Alejandro se conservaron, convertidos todos en estados helenísticos, en los que se ponía de manifestó otro de los legados del macedonio, la propia institución de la monarquía, que acabarían asumiendo los generales de Alejandro, los Diádocos lo que implicaba a su vez la instauración de dinastías de origen macedonio dentro de los reinos helenísticos.
Las monarquías helenísticas.
El mundo helenístico abarca los años comprendidos entre la muerte de Alejandro Magno en 323 a.C. y la batalla de Actium en el año 31 a.C., donde Octavio, el futuro Augusto, venció a Antonio y Cleopatra. Este hecho supuso la sumisión de Egipto, el último reino helenístico, al poder de Roma.
Este arco temporal está dividido en varios subperiodos:
El primero corresponde a las luchas mantenidas por los sucesores de Alejandro conocidos con el nombre de Diádocos, que intentaron, cada uno de ellos, gobernar todo el territorio conquistado por Alejandro, lo que suponía arrebatárselo mediante las armas a aquellos monarcas que eran designados por Alejandro de distintas partes del imperio. El periodo concluye con la muerte del último de los Diádocos en el año 280 a.C.
Siguió una etapa de prosperidad general debida a la ausencia de luchas, tregua que se rompió en el año 217 a.C. con la batalla de Rafia, en la que enfrentaron dos importantes monarquías, los Ptolomeos y los Seléucidas. Ambos ejércitos contaban en sus filas con un buen número de soldados indígenas. A partir de ese momento creció el protagonismo del elemento indígena en la administración de estas dos monarquías.
Con la presencia de los ejércitos de Roma en el territorio de Grecia y de Asia a partir del año 197 a.C., y sobre todo desde la paz de Apamea, firmada en 188 a.C., se inicio la tercera y definitiva etapa del helenismo, la de su decadencia inexorable. La situación de Grecia se fue deteriorando a partir de las guerras mantenidas contra Macedonia, agravando una situación de crisis general del helenismo que ya se dejaba sentir en el siglo III a.C., y cuyos exponentes más claros fueron las cruentas guerras mitridáticas y el establecimiento de un nuevo poder hegemónico en los países del Mediterráneo oriental: el poder de Roma.



La monarquía, modelo de gobierno.
Las principales monarquías helenísticas que compartieron el legado territorial del imperio de Alejandro fueron la macedonia, la atálida, la seléucida y la lágida. La participación política del imperio hizo que los nuevos monarcas se encontraran con enormes territorios que gobernar y, dentro de ellos, con una gran diversidad de pueblos y ciudades en cuanto a su etnia, su cultura o su lengua. El control político de tales naciones solo era posible con un gobierno fuerte, centralizado, personalizado; de ahí la enorme importancia del soberano, que afectaba a todos los ámbitos de la vida: el administrativo, el militar, el religioso e incluso el divino. Estos monarcas siempre tuvieron como modelo a Alejandro Magno, imitaron sus formas de gobierno y administración, en la política y el ejército…
A pesar de las deferencias existentes en cada uno los reinos helenísticos, el modelo de gobierno monárquico helenístico ofrecía características comunes.
Las monarquías helenísticas fueron hereditarias, pero la legitimidad dinástica debía ser confirmada mediante el bautismo de sangre en el campo de batalla, y fortalecida con una sonora victoria. Esta idea de la victoria bélica como legitimadora de un estatuto político no era nueva entre los griegos. La costumbre griega de transmitir el poder regio al varón primogénito fue causa de luchas fratricidas entre los herederos. La aparición de varios pretendientes supuestamente legítimos de saldó a menudo con el asesinato de hermanos, madres y esposas. Para evitar este tipo de situaciones, los monarcas helenísticos asociaron al trono al heredero.

Reyes y dioses.
Los monarcas helenísticos se consideraban descendientes de los dioses. Los dinastas macedónicos tenían como antepasado a Heracles. El propio Alejandro Magno fue divinizado en vida por voluntad propia.
A partir de la muerte de Ptolomeo II, reyes i reinas de esta dinastía fueron divinizados.
Los reyes de Egipto eran dioses vivos; y los honores que se les rendían constituían una variación del culto a los héroes griegos traspasado a la figura del político en su máximo esplendor, al que s ele añadía la solemnidad ritual egipcia. La idea de culto regio fue adoptada rápidamente en todo el mundo helenístico, aunque con algunas variantes.

Práctica e ideología del gobierno de los reyes.
Los reyes helenísticos estaban seguros de que los estados que gobernaban eran de su propiedad personal. Estas ciudades no estaban integradas en el régimen de gobierno general de los nuevos monarcas, conservaban sus constituciones e instituciones políticas dentro de un estado de gran tamaño, de gran variedad lingüística y étnica que basaba su poder en la guerra y el derecho de conquista. La finalidad prioritaria de los reyes helenísticos no era buscar el bien de los súbditos sino consolidar su poder. Las monarquías no tenían un ideario político definido, y todas las acciones de gobierno se encaminaban a la obtención de recursos como medio para financiar la guerra o el mantenimiento de estructuras que sostuvieran el statu quo preeminente del rey.
Los griegos no impusieron su religión a los territorios conquistados. El caso de los judíos fue único y especial, dado que el intento de helenización impuesto por Antíoco IV acabo en la revuelta judía encabezada por los Macabeos.

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